Or Land Oh
Alejandro  Benito Romero
 11 oct. - 14 dic. ´24 




Or Land Oh
Alejandro Benito Romero
11 oct. - 14 dic. ´24







Or Land oh


Alejandro Benito Romero

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PARA SU GRAN SORPRESA, NO HUBO EXPLOSIÓN*
Manuela Pedrón Nicolau


Estoy sentada en el centro de la sala. Ayer Alejandro acabó de montar. Me parece toda una rareza tener la exposición lista dos semanas antes de la inauguración. Saber que lo que veo ahora es prácticamente lo que veréis quienes os acerquéis ese día. Prácticamente será esto, pero seguro no será exactamente esto. Seguro que Alejandro aun va a colgar algo más. Va a tapar algún hueco. Va a superponer algún dibujo. Quizá incluso cruce nuevas miradas entre los señoros o cubra las paredes del armario. Porque la composición es esta, pero podrían ser muchas otras. Sus obras están siempre abiertas a transformarse en otra cosa, a adquirir nuevas capas más adelante, a convertirse en parte de un collage y también a desaparecer. Aquí pasa lo mismo. Esta sala vibra con la energía de lo inestable, lo que puede mutar en cualquier momento. Quién sabe si mañana seguirá aquí, como la vida misma. De hecho, el ícaro ya no está, no lo encuentro. Creo que era una de las piezas favoritas de Elsa. La semana pasada estaba colgado en la parte más alta de la pared principal, hacia la izquierda, cayendo en picado. Llevaba ahí desde que ordenaron una primera composición. Limpísima. Con las series diferenciadas en distintas disposiciones: las figuras mitológicas distribuidas por el espacio en varios niveles, columnas de señoros mirando hacia el mismo lado en los cantos. Alejandro se quedó aquí a dormir. Al día siguiente ya todo era distinto. Desde esa composición base ha surgido todo esto. Fantaseo con colocar un imán súper potente en el centro de la sala que atraiga todos los clavos, los arranque de los papeles y caigan los dibujos al suelo creando montañas. Sería otra opción de montaje.







Es todo un lujo poder escribir dentro de una exposición. Plantar una mesa en medio de la sala. Quitarme las gafas para mirar el ordenador y ponérmelas para ver la acumulación desbordante de papeles y lienzos sobre las paredes. Se me acaba la batería del ordenador. Tengo que mover la mesa junto a un enchufe. Ha sido mucho menos de lo que pensaba. Apenas un metro hacia atrás y a la derecha. Parece que el punto del vista desde el que debía escribir esto estaba bastante acertado. Ahora veo los enchufes de la sala. Ahora veo también los textos que se entrelazan: La escritura es puta. Idioma centro europeo. Tronco axila. Palmo. Ofendiditos. Tangerine dream. Korra del Río. Islas Chandelair. Piel seca. Screenshot. Culo duro. Narcisos SOS SOS SOS SOS SOS. Solo los peces muertos siguen la corriente del Río. Compasión. Pragmático. Me conformo con que le quieras. Busco en google los nombres para entender si existen o no, como si todo lo que está en google existiese y todo lo que no, no. Acabo de encontrarme con la tortita. Noodles make me smile. Descartes. Pensión de viudedad. Ayer. Exótica. Tirititrance. Dibujo caro. Sanar. El mapa no es el territorio, Alejandro. Lo que enseña la fe. Otoño/invierno 2023. Falócrata. Cura. Bromista tóxica. Claramente aquí hay un poema. Me encantaría escribir un relato de ficción a partir de todos estos textos. Un buen vómito de todo lo que hay aquí, como él vomita la historia del arte.

Cuando salí de aquí la primera vez que vi a Alejandro y a su obra me pregunté cuál sería el relato de ficción que elegiría si tuviese que escoger una novela para esta exposición. Enseguida me vino una imagen de La mucama de Omicunlé de Rita Indiana. Argenis está viajando en el tiempo. Escupe agua. Hay un fuego en una cueva de piratas y unos grabados de Goya. A Argenis, uno de los protagonistas de ese libro, lo llamaban Goya en la Escuela de Diseño Altos de Chavón de República Dominicana porque tenía una técnica impecable, pero –le dice la profesora de historia del arte– “no tiene nada que decir, mire a su alrededor, carajo, ¿usted cree que la cosa está para angelitos?”. Cuando para subsistir acaba leyendo las cartas en una línea de Teletarot elige el nombre de Psychic Goya. De ahí lo sacan Giorgio y Linda, una pareja de ricachones que le invitan a formar parte de Sosúa Project, un experimento de mecenazgo en Playa Bo con construcciones ecofriendly y mucho lujo. Argenis, el típico muerto de hambre, no para de liarla hasta que le pica una anémona y ahí se desatan los viajes en el tiempo. El tipo empieza a pasar constantemente de 2001 a algún momento del siglo XVII donde la idílica playa está habitada por bucaneros. Se desdobla entonces entre el artista contemporáneo acompañado por un curador charlatán que le instruye sobre la obra y milagros de Goya para producir un proyecto nuevo y, por otro lado, el único superviviente de un naufragio acogido por un grupo de bucaneros. Pasan muchas cosas, pero la chicha es que Argenis acaba haciendo grabados al estilo goyesco en el siglo XVII con los bucaneros como tema central y firmando como un tal Côte de Fer. Proyectazo. El hallazgo de un cofre con esa colección de grabados reescribe la historia del arte. Un siglo y pico antes de Goya hay alguien en el Caribe inaugurando la “modernidad”. Giorgio que ha orquestado todo eso, porque él sí que controla de viajes en el tiempo que no veas, se forra porque –casualidad– encuentran el cofre en sus terrenos. La luz del fuego sobre las paredes de la cueva, los grabados y pinturas de Goya una y otra vez, el pintor de técnica precisa dando tumbos de un tiempo a otro, la presión del sistema del arte, la capitalización de la historia del arte y el remejunje que hace Rita Indiana de todo eso me trae de vuelta a la exposición. Pienso que podría reescribir esa novela con los personajes de estos muros. Aquí Alcide podría estar interpretada por Korra del Río. Sosúa Project podría estar en las Islas Chandelair. Y en lugar de Goya, la verdad que nos sirve cualquier retratista del siglo XVI en adelante y podríamos esconder estas versiones baconianas en el siglo XII en una cueva menorquina. En la novela hay otros viajes en el tiempo y cirugías mágicas de reafirmación de género desde las que también podría contar esta exposición, pero he elegido esta vía. Una vía que cuestiona la historia del arte desde la ficción, como a mí me gusta, que la imagina enroscada e interconectada en tiempos locos, como a mí me gusta.





Yo estudié Historia del Arte. Después de tres años en Madrid pasé uno en París. Allí entendí que la historia no se estudia igual en todas partes, lo que debe significar que la historia no es ese relato único e inquebrantable que pretendía aparentar. También aprendí que la historia del arte no se escribe igual en todas partes. Para una de las asignaturas de máster, que se impartía en un edificio burgués canónico a tope de la zona de Bourse, tuve que redactar un ensayo sobre George Mathieu, pintor francés de la segunda mitad del siglo XX que me importaba muy poquito. En Madrid para aprobar era suficiente con tener una redacción más o menos buena, sin faltas de ortografía y ponerle un poco de fantasía, un poquito de alma, algo de cosecha propia que demostrara que no eras un robot, una base de teoría y una buena parte de interpretación personal. Esa había sido mi estrategia durante los primeros años en la facultad y al menos entre los profesores que me gustaban esa estrategia funcionaba. En París no tanto. Cuando la profesora me devolvió el trabajo sobre Mathieu, junto al suspenso había una nota que decía algo así como: cuando hayas leído todo sobre este artista podrás dar tu opinión. Aluciné. Lo que me pedía era imposible. A pesar de que era un formalista del montón solo en Francia se habían publicado una burrada de ensayos y catálogos razonados sobre su obra. Además de que no me interesaba lo más mínimo, no entendía –ni entiendo aun– la utilidad de leer kilómetros de análisis formalistas sobre la pintura de este señor sin dar una opinión, un matiz, una bromita tóxica. Es imposible, no puede ser. Quizá por eso no soy historiadora del arte.

Esta exposición se titula Or Land Oh. Hace años que estoy leyendo el Orlando de Virginia Woolf –de este no voy a hacer sinopsis porque está fácil de encontrar en internet. Mi ejemplar lleva tiempo en la mesita de noche. Fue un regalo, de cumpleaños o navidad, y lo he ido leyendo a cachitos. Hoy lo abro por donde me había quedado, página doscientos veintialgo, solo me queda el último capítulo. En esas páginas Orlando empieza a escribir y la escritora se cuestiona cuál es su papel entonces. Orlando está sentada escribiendo –básicamente lo que hago yo ahora–, se pasa un año entero así, y la narradora explica que el pensamiento es la antítesis de la vida. Dice que la vida “nada tiene que ver con estar sentado en un silla, pensando”. Orlando está sentada y no pasa nada, no hay nada que contar, es un tostón. Está sentada y escribe y escribe y escribe, nada más. “Orlando estaba tan quieta que se hubiera oído un alfiler ¡Ojalá hubiera caído un alfiler! Eso habría sido vida de algún género.” ¿Qué es la vida? Se pregunta la Woolf. No sabe contestar y yo tampoco. No sé exactamente lo que es la vida, pero lo que sí sé es que desde luego la vida no es leerse toda la bibliografía de George Mathieu. Eso estoy segura que no es.







Alejandro Benito Romero, anteriormente conocido como Saul Wes, anteriormente conocido como Marcel Bohumil vive en la transformación. Podría ser un Orlando o un Argenis. Su obra es cíclica y mutante. En OTR ha desplegado una mitología trans, una historia del arte bastarda, un cómic no lineal, una burrada de referencias visuales y textuales que culminan en un altar volador. En su primera exposición en Madrid escribió un texto que se publicó en un medio tal cual firmado por Lenny Walker –esas cosas que pasan en el periodismo cultural. Creo que fue así. Si no fue así tampoco pasa nada. La cosa es que ahí hablaba de “citar con imágenes” y decía: “donde se puede y se debe ser verdaderamente original es al citar y quien no cita no hace más que repetir pero sin saberlo ni elegirlo”. Esta exposición es una macrocita que arrejunta tiempos y personajes, formas y textos, para deformarlos, reformarlos y reencajarlos en las lógicas cíclicas de la creación. Y es que ahí sigue Alejandro “consintiendo al ruido de fondo portarse como protagonista”. Diría incluso que ahí anda tomando el ruido de fondo como materia prima. Ese ruido de fondo que forman los relatos míticos mezclados con las diapositivas de todas las facultades de historia del arte que han debido ser descartadas hace unos años, con las canciones, las novelas y los poemas que hayamos visto, leído y escuchado. Vaya jaleo. Un jaleo que visto así nos recuerda que debemos intervenir las herencias. Un jaleo que también anima a quitarle peso a la cosa, a discernir entre toda esa vorágine y entender que todo eso construye nuestra percepción, que podría ser otra y que de hecho podemos variarla. Porque qué alegría el barullo, qué alegría no innovar, qué alegría volver a hacer una y otra vez lo mismo que otras han hecho durante siglos. Eso sí que es un viaje en el tiempo, eso sí que es conectar con lo ancestral, con los sesenta, los ochenta, los noventa de cada siglo. Eso quizá sí es vida.

Manuela Pedrón Nicolau


*El título lo he cogido prestado de Virginia Woolf cuando cuenta cómo Orlando sumerge la pluma en el tintero para empezar a escribir.











Próxima inauguración
“Or Land Oh”
Alejandro Benito Romero

Inauguración:
Viernes 11 octubre: 19h

ESTAMPA MADRID:
Sábado 19 oct: 11-14h


 Próximas aperturas:
 
 Miércoles 13 nov: 19h
 
 Miércoles 27 nov: 19h

 Jueves 5 dic: 19h


 Clausura:
 Sábado 14 dic: 11h

OTR. espacio de arte
José Trujillo y Elsa López
Dirección artística
Elsa Paricio

Asistencia técnica
Mauro Vallejo y Luz Prado

Fotografía
Mismo Visitante

Asesoría colección
Marlon de Azambuja
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(Metro Antón Martín)

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